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Poco me importa que se tache de absurda la prueba de Clara para conocer el amor de un hombre.

Gracias a ella, dos meses después, y por una apacible tarde, la sociedad elegante de Madrid saludaba a una pareja humana, radiante de hermosura, juventud y felicidad, que paseaba en una magnífica carretela.

Eran Clara y Gonzalo.

O mejor dicho, eran dos medias naranjas que habían realizado la suprema y difícil unidad platónica.

Una naranja entera rodaba por el mundo. Yo que la vi pasar, maravillado, decidí escribir esta historia del casual encuentro de las dos mitades.

Al ver a Clara y Gonzalo tan felices, reflexioné, que cuando la suerte quiere elaborar la verdadera felicidad, no tiene más que esta receta:

Coge una criatura, la analiza, y después, por esos mundos tan grandes e intrincados, le busca y entrega su media naranja.

Adiós, lectores, y quiera la suerte depararos a cada cual vuestra media naranja.

 FIN